viernes, febrero 29, 2008

La Odisea. Canto XXII

Odiseo dirigió su arco a donde jamás hombre alguno había dirigido sus armas, el cuerpo de Antínoo. La flecha le atravesó el cuello y salió por su nuca, mientras el altivo pretendiente caía al suelo ya sin vida en medio de un charco de sangre. Telémaco se colocó junto a su padre y también él preparó su arco.


Todos los galanes se levantaron indignados creyendo que el tiro se le había escapado al anciano e, ingenuamente, insultaron y amenazaron al asesino con las más afiladas palabras, pero Odiseo reveló su identidad y el pánico más absoluto se adueñó de los indignos presentes.
Eurímaco, primero ante todos, juró que la culpa de todo lo ocurrido la tenía Antínoo, por lo que Odiseo debía perdonar a todos los demás ya que la justicia estaba hecha; el rey solamente respondió con una flecha que se clavó en su hígado, produciéndole una lenta y dolorosa muerte.
Los galanes se aterrorizaron y muchos de ellos cayeron en segundos víctimas de las flechas del rey y la lanza de su hijo.



Anfínomo se rebeló contra el rey, pero la lanza de Telémaco divino le atravesó el pecho y la espalda, robándole el aliento, las fuerzas y la altanería.
Odiseo lanzó sus saetas con enorme precisión, sin errar uno solo de sus disparos.


Telémaco se dirigió a la sala del tesoro para traer armas para él, su padre, Eumeo y Filetio, pero en un descuido dejó la puerta de la sala abierta y Melantio aprovechó para tomar armas y entregarlas a los pretendientes. Odiseo sintió temor al ver a sus enemigos tomando las armas y envió al porquerizo y al boyero a solucionar el problema, ellos sorprendieron a Melantio en el tesoro y, por órdenes del rey, lo sujetaron con cruel atadura y lo encerraron allí.
Seis pretendientes arrojaron sus lanzas, pero todas fueron desviadas por Atenea y en la respuesta Odiseo acabó con Deloptólemo, Telémaco con Eurínomo, Eumeo terminó con la vida de Elato y Filetio con la de Pisandro.
En esta imagen vemos a Odiseo acabando con la vida de varios galanes que trataban de huir.


En un nuevo ataque el rey mató a Euridamante, Telémaco arrancó las fuerzas a Pólibo y a Anfidamante, y Eumeo y Filetio aniquilaron a Ctesipo.
Desde lo alto, Atenea observa la masacre que su querido protegido estaba realizando.
Leodes suplica piedad y perdón al rey, pero éste se la niega sin demora y lo atraviesa con una de las lanzas que Melantio había traído a los galanes.
Luego de aquello, Femio, el cantante, se abraza a las rodillas de Odiseo y suplica piedad, ya que jamás había él estado con los pretendientes por gusto sino por obligación, ellos eran más y más fuertes. Telémaco detiene a su padre y confirma lo dicho por Femio y agrega un pedido de piedad para Medonte, el heraldo, quien al escuchar esto asoma su cabeza y ruega por su vida. Ambos son eximidos de la matanza y salen de la sala a esperar su resultado.
Esta imagen muestra el resultado de la matanza, con Atenea en el centro de la misma siendo testigo de todo lo ocurrido.


Al culminar el exterminio de los pretendientes, Odiseo llama a la anciana Euriclea y le ordena traer a todas las esclavas que habían deshonrado a la reina y a su hijo. La noble Euriclea vuelve con doce siervas envueltas en llanto, quienes son puestas a retirar los cadáveres y limpiar la sala, para luego ser conducidas fuera del palacio y ahorcadas por su traición.
A Melantio, quien llevó armas a los enemigos del rey, lo castigaron por su imperdonable conducta cortándole sus orejas y nariz, las cuales fueron arrojadas a los perros y luego le fueron amputados sus brazos y piernas.
Odiseo, antes de hacer llamar a la sin tacha Penélope, se dispuso a quemar azufre en las salas para quitar el hedor.

miércoles, febrero 27, 2008

La Odisea. Cantos XIX, XX y XXI

El prudente Odiseo indica a su hijo Telémaco, igual a los dioses, que esconda las armas para que los galanes no tengan acceso a ellas cuando comience la batalla, le indica que como excusa diga que las desea proteger del humo que las ensucia y les quita brillo, además de evitar que los pretendientes, por exceso del dulce vino, se traben en combate armado.
Penélope cuenta a Odiseo cómo durante un largo tiempo mantuvo esperando a los galanes mientras tejía una mortaja para el día en que Laertes, padre de rey, exhalara el último aliento; ella había prometido casarse al terminar el tejido, pero destejía de noche lo hecho de día hasta el momento en que fue descubierta. Odiseo, dice ser Eton, de Creta y haber albergado al rey de Ítaca por 12 días en su viaje a Troya. Ante la duda de un engaño, Penélope le pide que describa al rey y a su gente y así él lo hace con todo detalle, dejando en la reina la convicción de su sinceridad. Para calmar la ansiedad de la reina, Odiseo le jura que no pasaría un mes antes de que su esposo regrese a Ítaca y ella ordena a una anciana que higienice al huésped. La anciana Euriclea, nodriza de Odiseo, se encarga de la tarea y descubre en el viejo mendigo una antigua cicatriz que recordaba claramente como rasgo inconfundible de su amado Odiseo, con lo cual descubre la identidad de aquel hombre, pero jura mantener el secreto hasta que él mismo lo revele.
Al día siguiente, Odiseo presencia cómo se apresta todo para un nuevo festín de los indignos pretendientes, al mismo tiempo que planea sus vengativas acciones por venir. Durante el banquete, Telémaco divino pide respeto por su huésped y Antínoo pide atrevidamente obedecer al muchacho, ya que Zeus no los ayudó a silenciarlo para siempre, pero igualmente lo insultan y luego presionan al hijo de la inmaculada Penélope para que inste a su madre a elegir nuevo esposo. La reina toma el arco de su esposo y unas flechas y desafía a los galanes que cualquiera que pueda disparar una flecha a lo largo de doce marcas será a quien ella siga como a su esposo hasta el último de sus días.
Todos comprenden que finalmente la reina ha cedido y ellos tienen su oportunidad para tomarla por mujer.
Telémaco es el primero en probar el arco y por tres intentos consecutivos falla al no poder combarlo. Luego de él, todos hacen el intento y uno a uno van comprendiendo que no les sería posible. Aún Antínoo y Eurímaco fallan.
Odiseo sale de la sala con Eumeo y el fiel boyero Filetio y les revela su verdadera identidad, ante lo cual ambos lloran de felicidad. A ellos les encarga cerrar las puertas y alejar a las mujeres de allí. Luego entran nuevamente a la sala por separado.
Antínoo propone dejar el intento para el otro día, donde vendrían todos con energías renovadas.
Entre medio de todos ellos, el anciano huésped pide el arco para hacer su intento y produce la burla y los insultos de los presentes, pero Telémaco y Penélope se muestran tajantes en permitirle intentar tensar el arco.
Eumeo y Filetio habían terminado de cerrar todas las puertas cuando Odiseo coloca una flecha en su propio arco, lo tiende y dispara la flecha con gran precisión a través de las doce marcas clavadas en el suelo.
Inmediatamente, Telémaco se coloca a su lado y ambos atacan sin tregua ni perdón a todos los galanes.

miércoles, febrero 20, 2008

La Odisea. Canto XVIII.

Llega al palacio real de Ítaca un mendigo conocido por todos los presentes, es conocido bajo el sobrenombre de Iro y todos los galanes estaban habituados a utilizarlo para enviar mensajes y mandados. Vio Iro a Odiseo, metamorfoseado en un anciano por la ojizarca Atenea, y temió que le quitara su porción de limosna, por lo cual comenzó a insultarlo y a querer echarlo fuera de allí, pero Odiseo no prestó atención a esas palabras y recomendó prudencia a Iro, no fuera que esas palabras enojaran su ánimo y le pesara mucho el castigo. Divertidos ante este espectáculo, los galanes alentaron a los mendigos y Antinoo ofreció la mejor porción de carne al que resultara victorioso. No pudiendo negarse a trabar combate, Odiseo descubrió su torso y todos comprendieron que Iro no tenía posibilidad de vencer. Odiseo eligió no matarlo, ya que esto podría despertar sospechas. Con un solo golpe, el rey disfrazado derribó a su rival y lo arrastró de un pie hasta fuera del palacio, donde le colocó un palo en la mano y le encargó que alejara a los perros y no volviera dentro del recinto nunca más.
Los pretendientes festejan a Odiseo por su triunfo y éste aconseja a Anfínomo, por quien sentía cariño, que abandonara esas compañías y así evitara luchar contra el rey cuando éste volviera, pero no logró convencerlo.
Penélope estaba en sus habitaciones, esperando la llegada de su amado esposo, lamentando su partida y su tardío regreso.


Con la intención de atormentar a los pretendientes con su presencia, Penélope baja a las salas para hablar con Telémaco y le recrimina haber permitido tal batalla en su hogar. El discreto Telémaco responde que sus actos están limitados por aquellos invasores que la pretenden y que, aún así, el combate no había terminado como ellos habrían querido, porque Iro había sido vencido sin derramar sangre.
Eurímaco eleva unas palabras a la belleza de Penélope, pero ella contesta tristemente que todo resabio de hermosura que pudo haber poseído había desaparecido el día que su esposo partió hacia Troya. Antinoo jura que ninguno de ellos se iría de aquel lugar ni abandonaría sus pretensiones hasta que ella no hubiera elegido nuevo marido.
Melanto, una de las esclavas de la reina y actual amante de Eurímaco, insulta a Odiseo y este le responde fieramente; luego el propio Eurímaco dirige afiladas palabras contra él a lo que el ingenioso Odiseo, fecundo en ardides, replica que aún cuando se mostraba tan altanero entre sus compañeros, Eurímaco no encontraría puerta lo suficientemente grande para escapar corriendo cuando el dueño de esos aposentos se hiciera presente.
La sola imagen de Odiseo en Ítaca transformó el rostro de los pretendientes en una mueca de horror.


El arrogante galán se encolerizó como nunca antes, pero Telémaco intervino ordenando que no se molestara más al anciano mendigo, ante lo cual se produjeron los últimos brindis y libaciones de la noche y cada uno de los galanes volvió a su hogar.
Nuevamente hubo paz en el palacio real de Ítaca, al menos por un tiempo.

miércoles, febrero 13, 2008

2º Trabajo de Hércules.

El segundo encargo hecho al héroe fue el de acabar con un monstruo conocido como la Hidra, que vivía en el pantano de Lerna, el cual se decía que era hijo de Equidna y Tifón, igual que el león de Nemea y que por eso estaba buscando venganza por lo que Hércules le había hecho a su hermano.
La Hidra había sido criada por Hera y tenía siete cabezas de serpiente, las cuales despedían un aliento venenoso que mataba aún cuando el monstruo dormía.
El encuentro se dispuso, nuevamente, con la intención de que el hijo de Zeus encontrara la muerte.
Hércules se dirigió a Lerna acompañado por Yolao, un admirador del héroe y no tardaron mucho en encontrar a la fabulosa bestia. La batalla comenzó y Hércules descubrió que cada vez que cortaba una de sus cabezas otras dos salían a reemplazarlas. Este detalle, el cual causaría el más absoluto horror en cualquiera, apenas alteró el estado de ánimo de Hércules, quien continuó luchando contra la bestia de la misma forma.
La propia Hidra comprendió que estaba luchando contra alguien invencible y por eso solicitó la ayuda de un escorpión que logró picar al enemigo en el talón, para luego ser aplastado por él. Hércules, así herido por esa dolorosa picadura, no redujo su furor y continuó lastimando al animal.
Con la ayuda de Yolao consiguió tomar una rama encendida y cauterizó las heridas que producía a aquellas cabezas de modo que no podían crecer otras en su lugar; así fue reduciendo el número de estas salvajes cabezas hasta que solo le quedó una, la cabeza central, la cual era inmortal.
Hércules tomó una enorme roca y aplastó esa cabeza para que nunca pudiera volver a levantarse y quedara siempre fuera de la vista y el alcance de los hombres.

A pesar de todo este esfuerzo, Euristeo consideró que la ayuda de Yolao había sido importante y por eso no contó este trabajo como válido, por lo cual Hércules todavía debía otros nueve, aparte del león de Nemea.

martes, febrero 05, 2008

Los 12 trabajos de Hércules. 1º Trabajo: El león de Nemea.

Sean todos bienvenidos a la inauguración de una serie de publicaciones que forman parte de los relatos más famosos y fantásticos de la mitología, se trata de los trabajos del más grande héroe de toda la historia griega: Hércules, llamado Heracles por los griegos. Todo comenzó cuando Zeus, orgulloso del hijo que había engendrado en Alcmena (sin conocimiento por parte de ésta acerca de la identidad de su amante), declaró que convertiría al primer hijo que naciera de la estirpe de Perseo en gobernante de Micenas. Lamentablemente para el rey de los dioses, Hera escuchó el juramento de su marido y logró que naciera Euristeo antes que Hércules, ya que este último era fruto de una relación extramatrimonial de Zeus, motivo por el cual la reina de los dioses odió siempre al héroe. De esta manera fue Euristeo quien se llevó los laureles de la promesa de Zeus y Hércules quedó fuera de la competencia.
Pero la fama de cada uno no estaba determinada por los deseos de ningún dios, sino que cada uno de ellos se encargaría de crearse un nombre y una reputación. Claro que en esto Hércules jamás tuvo competencia y superó ampliamente a Euristeo aún sin ningún título de nobleza que embelleciera su posición. El rey de Micenas no pudo evitar ser devorado por los celos y ordenó a aquel que lo opacaba de dicha forma que se pusiera a su servicio. Aún cuando Hércules rehusó obedecer, consultó al oráculo y éste le indicó que si cumplía diez trabajos para Euristeo terminaría con la supremacía de éste y la inmortalidad le sería concedida.
Mientras Hércules meditaba acerca de lo que haría, Hera introdujo la locura en su mente y lo incitó a asesinar a los hijos que había tenido con Megara. Una vez repuesto de la locura, Hércules comprendió lo que había hecho y conoció la más profunda depresión y arrepentimiento, en ese entonces aceptó servir a Euristeo hasta purgar su culpa.
En realidad, Euristeo pretendía que las tareas fueran tan terribles que Hércules muriera al realizarlas. La primera tarea que le indicó fue la de traerle la piel del león de Nemea. Este león era hijo de la serpiente Equidna y del gigante Tifón y hermano de la Esfinge de Tebas, por lo que no podía ser herido por ninguna arma conocida por el hombre.
Al llegar a Nemea, Hércules encontró a Molorco, cuyo hijo había sido devorado por el león. Molorco lo acogió espléndidamente y quiso sacrificar al único carnero que tenía en su honor, pero Hércules le pidió posponer el sacrificio hasta matar al león. Hércules se dirigió a la cueva del león y luego de horas lo vio llegar bañado en la sangre de sus víctimas, allí comenzó a dispararle flechas, pero era imposible dañarlo. El león atacó a Hércules y el héroe le dio tal golpe con un garrote que lo hizo zozobrar. Sin perder tiempo, se colocó detrás del animal y lo ahogó con sus brazos. Enorme fue su sorpresa al comprobar que no había forma de rasgar su piel, hasta que intentó hacerlo con las propias garras del animal y consiguió lo que buscaba.
Hércules volvió con Molorco y ambos sacrificaron el carnero en honor a Zeus. Al volver a Micenas fue con Euristeo y éste se llenó de horror al verlo victorioso y con semejante trofeo. Euristeo saltó dentro de una vasija y ordenó a sus soldados que no dejaran entrar nuevamente a Hércules a la ciudad, por temor que algún día osara atacar al rey.A partir de ese momento, Hércules debía dejar sus trofeos a las puertas de la ciudad, orden que no siempre respetó.